Albert y Rosa

Las dos estrellas ascendentes, quizás fugaces, son Rosa y Albert. Encarnan a España, aguantaron los escraches del nacionalismo, parecen dirigirse al mismo sitio, pero caminan separados. La gente tiene necesidad de creer en algo aunque sólo sea idealismo, patria y postín. Rosa acaba de decirle a Esther Esteban que la mayoría de los españoles son de UPyD, aunque no lo saben.

Cuando se le pregunta si le inquieta el Movimiento Ciudadano responde: «Ciudadanos ya se presentó en 2008 a las generales y europeas con un partido de la extrema derecha xenófoba europea. Nada que decir, cada cual con su estrategia». Ellos, los de UPyD, incomodan a la oligarquía política dominante porque son insobornables. Rosa, hija de metalúrgico condenado a muerte, propone la eutanasia del bipartidismo y la refundación del Estado sobre las ruinas de la unidad nacional. Llama al Gobierno de Rajoy cobarde y, a los nacionalistas, ladrones.

Albert Rivera, inmaculado, se ha convertido en una especie de imán, de ungido; es el mesías restaurador, carita de ángel, cachas de campeón de piscina, muchos y muchas quieren tirárselo en plancha, mientras él, en plan gato con escayola, promete enterrar para siempre las dos Españas, después de transformar su aislamiento en poder.

Le pregunto a uno de los dirigentes de aquel 15-M qué representa la resistible ascensión de los dos nuevos partidos y él está convencido de que lo que Rosa llama la Tercera España es el periodo que surge después del periodo termidoniano e incruento de las acampadas de Sol. «El 15-M desmontó en la Plaza la versión oficial. Puso lo real sobre la mesa», reconoce Irene Lozano, diputada de UPyD.

Rosa enarboló la calavera cruzada con los huesos de los banqueros y ahora llegará un bonapartismo, un desplazamiento del poder con nuevos iconos. La Spanish Revolution, con sus tiendas comanches en Sol, estaba delante del Congreso, metáfora del Palacio de Invierno, y decidió irse a Moratalaz. No se dieron cuenta de que estaban infiltrados, apenas han dejado el documental de Basilio Martín Patino, Libre te quiero. Se oxidó el acero de sus palabras, fueron derrotadas por el anarco-infantilismo, la enfermedad del pavo de la revolución, la felicidad callejera y el color de las vocales.

Albert alude a aquel periodo: «Se acabó el tiempo de la indignación para pasar a la ilusión: hay que movilizarse y hacerlo de la mano en las redes, en las calles». «No tenemos hipotecas con nadie –dicen en UPyD–. Hemos llevado a Bankia a los tribunales. Ya han intentado pringarnos con dinero negro para tenernos controlados y hemos dicho: ‘Nosotros lo que queremos es echaros’».